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A 9 de marzo, del año 2020.

Cuando medio mundo está asustado por el coronavirus, de la COVID-19, y el otro medio mundo se muestra desafiante. Yo me encuentro a la espera en esta jovenzuela población de paso que, en sus orígenes, a forasteros lejanos acogiera: dándoles techo y tierra.

En las coordenadas 37,7411° N, -3,63959° E, y bajo sus arcaicos términos “pagus” y “al-hayar” mis huesos se formaron, compactados de esencias que me precedieron. Yo, igualmente, pasé a ser esencia. Y así lo fui esencia de otros huesos que también esencia fueron, y de otros que, sin serlo hasta este día, podrán serlo si así está dispuesto.

Y en aquellas latitudes reseñadas, en donde lo escrito puede dar fe, llego hasta la época en donde huesos de mis huesos, que de épocas de mucho atrás venían, me encuentro con Fernando, octabuelo[1].

[1] Octabuelo, antepasado de 9.ª generación.

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Tres siglos y cincuenta años antes.

 

San Gregorio Nacianceno

 

Las plagas de langosta, sin clemencia alguna, devoraban los campos agrupados por la fortaleza histórica de los bancales contenidos por sus propias albarradas, que mimados en riegos y resguardados por el infructuoso ingenio momentáneo de sus hortelanos, apenas logró sacar adelante la maltrecha abundancia acostumbrada de las hortalizas de temporada que infructuosas habían acompañado a las siembras que ya estaban desahuciadas.

La tierra mostraba su afligida tristeza porque no pudo pagar a los hombres, los labriegos que la cuidaban, lo que ellos con anhelo esperaban.

Se auguraba una etapa difícil, ante la cual, algo había que hacer. Y el 9 de mayo, del año 1670, Juan Sebastián y dos lugareños más, juntamente, impulsan una ofrenda cuya iniciativa presentarían al pueblo para que este decidiese a través de votación la realización de una fiesta durante la cual sacar en procesión la imagen de San Gregorio Nacianceno, para así conseguir liberar de langostas a los castigados campos… Siendo de esta manera como arrancó en la villa la tradición al santo, que, hasta la segunda mitad del siglo XX contaba con una era, próxima a la Fuente de la Reja, donde puntualmente cada año, por San Gregorio, este acudía en procesión a aquella era cuyas piedras blanquecinas y grisáceas, incrustadas en la tierra, soportaban el peso de los aldeanos, de las autoridades, del boato eclesiástico y del propio santo.

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